Tiempo y eternidad, por Ananda Coomaraswamy – republicado

 

Extracto de cuento inacabado

 “Si estás deprimido, estás viviendo en el pasado;

Si estás ansioso, estás viviendo en el futuro;

Si estás en paz, estás viviendo en el presente

LAO TSE

(…)

– Jovencito -me dijo-, veo en usted las dos caras que dan la faz del Hombre. Un individuo en un grupo. Necesita del ente, pero se niega a dejar de Ser. Tensión entre opuestos, que conduce a la unidad. Planes de futuro, mirando al pasado. Pero, ¿qué hay del ahora?

– El ahora es el Nihilismo del vivir el momento -repliqué, sin apenas pensar.

– El ahora -contestó- es el único instante en que existe la Libertad.

Ansiamos ser Libres -continuó-, pero hemos encerrado el impulso vital de esa Idea dentro de la palabra. Hemos interpretado, corregido, destruido y vuelto a construir su concepto, hemos recorrido el camino inverso, dando significado a una palabra, a su vez convertida en símbolo de ese fluctuante concepto que ya no procede de la Idea generadora, sino que pretende generar él a la Idea.

Y, sin embargo, conservamos la preciada intuición que se despierta a la sombra del concepto simbolizado por la palabra libertad. Olvidamos, prisioneros en nuestras cavernas, que la Idea de Libertad está en nuestra naturaleza. Es independiente e inmune al poder de la palabra.

– Entonces -asentí; o eso creí-, la Libertad se ejercita en el ahora, por medio de cada elección, decisión y acto.

– Si he de elegir -me contestó-, entonces no soy Libre. Libertad es dejarse fluir en el ahora; es el actuar responsable en ausencia de temor.

– Pero, ese temor -pregunté-, ¿no es, en alguna medida, necesario para sobrevivir?

– La supervivencia necesita del Miedo o del Amor. El espacio que deja el uno, lo ocupa de inmediato el otro. Miedo y Amor son Uno -siguió diciendo-, y lo uno no tiene contrario más que en sí mismo.

La supervivencia nos aferra al suelo. Es el mundo físico fundamental, al que accedemos umbilicalmente, como animal, obligados a la búsqueda de energía, entregados al placer de la satisfacción y a su opuesto, el dolor. Rendimos culto al Sol, del que emana la energía de que se nutre lo material.

La supervivencia es el dominio del Miedo, que viene de afuera; pero también del Amor, que proyecta energía desde dentro, y en el que se diluye la ansiedad producida por el Miedo. Amor, generador de la armonía que nos permite gozar de la Libertad del individuo dentro del todo en el que fluye la creación.

Al igual que la Luna, sin luz propia, resplandece en la noche, así se despierta en nosotros la intuición que surge del corazón. Como ella, somos reflejos de luz y luceros a la vez. En Libertad, nuestro reflejo es de Amor. No es una elección, sino el ritmo del flujo de la creación. El Miedo no es sino el reflejo del otro polo de la creación, el que conduce a la destrucción y a un nuevo renacer. Todo es uno. Se expande y se contrae en sí mismo. Todo es uno y su contrario.

Recibida en nuestro corazón, la intuición engrandece nuestra existencia, abriéndonos a experimentar la vida con una plenitud nunca imaginada. Amor es dar sin esperar compensación, gozando de la Belleza del mismo acto de dar. Es Libertad como fluir armónico de la creación, superando la atracción del Miedo destructor. Libertad que nos permite, como materia consciente de sí misma, fluir y evolucionar hacia esa perfecta complejidad propia de la Belleza que es la Felicidad, y evitar así, tanto la destrucción como el estancamiento y la extinción.

Dando curso a nuestras acciones desde esa Libertad que traspasa lo material, integrándonos en el Todo con nuestra actuación y vibración armoniosa, se expandirá una energía que no surge del Miedo, cuya liberación no es decidida por el Ego, sino por el Ser, por el Hombre en Libertad, libre de temor, responsable de sus actos; energía creadora de Belleza.

Entonces podemos ser conscientes de esa conexión de lo creado con la creación, gozando de la Sabiduría, accedida desde la intuición y la asunción por la razón, que lleva a percibir la unidad en lo sutil, y nos conecta, como un vértice, a la creación, de la que participamos.

– Si he entendido bien -intervine, algo confuso-, es por medio de tal Libertad que podremos acceder a una energía armoniosa y creadora de belleza. Me pregunto cómo alcanzar ese estado. Más bien lo diría inalcanzable, incluso me es difícilmente imaginable.

– La Libertad -dijo mirándome fijamente a los ojos- no es contingente. Es un absoluto. Su necesidad no se satisface solo con lo material. La Libertad nos revela una existencia trascendente. Y tratamos de alcanzarla; pero la Libertad, como la Idea y el Ser, solo existe en el ahora. ¿Cómo alcanzarla? Está en cada uno de nosotros. Vivir el ahora en Libertad solo requiere la firme voluntad de sustituir el Miedo por el Amor; y viviendo en el ahora, perseverar en esa voluntad.

(…)

Chus

*****

 

TIEMPO Y ETERNIDAD, por A. K. Coomaraswamy

 

 

La doctrina metafísica opone simplemente el tiempo, como continuidad, a la eternidad, que está fuera del tiempo y que, por tanto, no debe ser confundida con la perpetuidad: aquélla coincide con el presente real, o el instante, del que no se puede tener experiencia en el tiempo.

 

LA CONFUSIÓN ESTÁ EN NUESTRA CONCIENCIA

 

Aquí la confusión sólo aparece en una conciencia que reflexione en función del tiempo y del espacio; para ella, un “instante” sucede a otro “instante”, sin interrupción, y le parece que hay una serie indefinida de instantes, colectivamente totalizados en el “tiempo”. Esta confusión puede desaparecer si advertimos que ninguno de estos instantes tiene duración; en cuanto a su medida, todos ellos son ceros, cuya suma es inconcebible. Es una cuestión de relatividad; somos “nosotros” los que estamos en movimiento, mientras que “el instante” es inmutable, y sólo aparenta desplazarse -lo mismo que el sol parece salir y ponerse porque la tierra gira.

 

La conciencia viva del tiempo y mortecina de la eternidad, nos divide.

 

El problema que se plantea es el del lugar de la “realidad o ser”: esta realidad o este ser, ¿pueden ser atribuidos a una “cosa” existente en el flujo del tiempo -y que, por consiguiente, no es nunca semejante a sí misma-, o solamente a entidades, o a una entidad totalizadora, situadas fuera del tiempo y, por consiguiente, siempre idénticas?

 

El Inmortal, el Espíritu de la Vida, está oculto, lo mismo que el Sol -la Verdad- es ocultado por sus rayos, a los que se les pide que se aparten para que su “más bella forma” pueda ser vista. Del mismo modo, las potencias del alma son “verdaderas” o “reales”, pero la “Verdad que es el Sí es la Realidad de su realidad, o la Verdad de su verdad”; es “esta Realidad, este Sí, lo que tú eres”.

 

En este sentido absoluto, también, Verdad o Realidad, es sinónimo de Drama, Justicia (Ley Eterna), uno de los nombres de Aquel “que es el único en ser hoy y mañana”: y sólo el que conoce esta Verdad última puede ser llamado maestro de enseñanza, y “nuestro intelecto jamás puede estar satisfecho si esta Verdad, fuera de la cual no hay verdad, no lo ilumina” (Dante, Paraíso, IV: 124-125).

 

OPINIÓN Y VERDAD

 

La distinción védica y budista entre el conocimiento empírico, válido para fines prácticos, y que es aleatorio, y la verdad de los principios primeros, que es intelectualmente evidente y cierta, es comparable a la que existe entre la “opinión” y la “verdad” en la filosofía griega -la opinión se refiere a “lo que comienza y perece”, y la verdad a “lo que siempre es y no deviene”.

 

Esta distinción, que sobrevive en las dos formas de intuición de Leibniz, una de las cuales da “la verdad del hecho” y la otra “la verdad de la razón”, confirma aparentemente lo que dice Demócrito acerca de las “dos formas de conocimiento, respectivamente bastarda y legítima, la primera obtenida por los sentidos y la segunda inteligible, siendo la razón el criterio”. El “pragmatismo” moderno, por supuesto, no se ocupa más que de la “bastarda” verdad de los hechos, según la cual, por ejemplo, esperamos (aunque no sepamos) que mañana saldrá el sol, y actuamos en consecuencia. De ahí, también, la concepción moderna del arte como mera experiencia “estética”.

 

El mundo es una manifestación (sombra) de la Naturaleza (realidad).

 

Entonces El que conoce es liberado “de” la verdad relativa del nombre y de la forma. Si bien esta verdad puede ser aceptable para fines contingentes, comparada con la “Verdad de la verdad”, o sea, la Verdad absoluta, es una falsedad o una irrealidad, y esta falsedad es la que oscurece nuestros “verdaderos Deseos”.

 

Dicho de otro modo, las “cosas” temporales son al mismo tiempo reales e irreales. Contrariamente a lo que se ha afirmado tan a menudo, el Vêdânta no niega su existencia, “pues la especificidad de este mundo, demostrada por todos los criterios, no puede ser negada” (Brama Sûtra Bhâshya, II, 2, 31) y la “no-existencia” de los objetos exteriores es refutada por el hecho de que nosotros los percibimos.

 

EL MUNDO ES DE LA MISMA NATURALEZA QUE EL ARTE

 

Lo importante es que el Vêdânta está en perfecto acuerdo con la doctrina platónica, según la cual las cosas son “falsas” en el sentido en que una copia, si bien existe, no es “la cosa real” de la que es una copia, y con la doctrina cristiana tal como la formula San Agustín: “Contemplé esas cosas que están debajo de Ti, y vi que ni son ni no son. Tienen una existencia (ser) porque vienen de Ti, y sin embargo no tienen existencia porque no son lo que Tú eres. Pues solo “es” esta realidad que permanece inmutable; el Cielo y la Tierra son bellos y buenos, y son, puesto que Dios los creó”, pero “comparados a Ti no son ni bellos ni buenos, ni son” (Confesiones, VII, 11 y XI, 4).

 

La doctrina del Vêdânta según la cual el mundo es “de la naturaleza del arte” no es una doctrina de la “ilusión”, distingue simplemente la realidad relativa de la obra de la realidad más grande del Artesano, en la que subsiste el paradigma.

 

El mundo es una epifanía o manifestación; y no es culpa suya, sino nuestra, si tomamos erróneamente a “las cosas que fueron hechas” por la realidad según la que fueron hechas, es decir, el fenómeno por su modelo. Es más, la ilusión no puede, propiamente, atribuirse a un objeto, no puede provenir más que de quien lo percibe; la sombra es una sombra, hagamos lo que hagamos con ella.

 

 

* * *

 

COOMARASWAMY, El tiempo y la eternidad, Taurus, 1980. Filosofía Digital, 2006

Ananda Kentish Coomaraswamy (Tamil:ஆனந்த குமாரசுவாமி, Ānanda Kentiś Kūmaraswāmī) (Colombo22 de agosto de 1877 – Needham (Massachusetts)9 de septiembre de 1947) fue un especialista anglo-indio en arte oriental. Se destacó en el estudio del simbolismomitologíametafísica y religión comparada. Es considerado, junto con Frithjof Schuon y René Guénon, como uno de los más importantes representantes de la Filosofía perenne.

https://es.wikipedia.org/wiki/Ananda_Coomaraswamy

 


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