Indice
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El anarquismo individualista (parte V)
CAPÍTULO 9
EL ESFUERZO Y LA ALEGRÍA DE VIVIR
48. TEORÍA DEL ESFUERZO
Si la manifestación de la vida consiste en una ruptura de equilibrio en un medio dado, el nacimiento de toda nueva actividad implica al mismo tiempo un esfuerzo, una energía. Toda reacción contra el poder conservador y la tendencia a la inmovilidad constituye un esfuerzo. La historia de la selección de las especies nos confirma no solamente esta constatación banal de que las más aptas y mejor dotadas subsistieron, destruyendo y reemplazando a las más débiles para la lucha y la perpetuación, sino también que, si las razas sobrevivieron y se propagaron, fue gracias a un esfuerzo continuo de resistencia, de asimilación y absorción, esfuerzo casi inconsciente en los organismos inferiores, pero más y más esclarecido en su tenacidad a medida que se manifiesta en el hombre, que es el tipo más perfecto y mejor dotado de los vertebrados.
El esfuerzo, facultad inherente al individuo, es la práctica de la voluntad de vivir y reproducirse, o sea la manifestación dinámica, efectiva.
Para apoyar nuestras razones, tomemos algunos ejemplos típicos:
En un medio donde la educación del Estado tiende a infundir en los cerebros el respeto a las instituciones establecidas y el culto a los hechos adquiridos, todo individuo que vive fuera de esta concepción realiza un esfuerzo. Podría únicamente ser una potencia, pero desde el momento que pasa de la teoría a la práctica, ya se manifiesta aquella energía activa.
En un medio artístico donde los procedimientos de pintura clásica gozasen de la admiración y se beneficiasen de la consideración general, un futurista pretende afirmar una nueva tendencia. Si ésta pasa de su cerebro a la traducción concreta, el esfuerzo se realiza al luchar con las ideas dominantes, al hacer gestos de resistencia para producir en definitiva las obras de su concepción
En el curso de una exploración, un turista encuentra un lugar delicioso para edificar su vivienda. Después de reflexionar, una serie de actos secundarios se producen: compra del terreno, levantamiento de planos, contratos de trabajo, transporte de materiales y todo cuanto es indispensable hasta la terminación de la casa, que equivale a la coronación definitiva del esfuerzo.
49. LOS PARÁSITOS
En contraposición de esta teoría vital que ama el esfuerzo afirmativo, encontramos la funesta clase de los parásitos, que juzgan más cómodo y menos fatigoso vivir a expensas de la actividad ajena. No son sólo los rentistas o los herederos de casa grande, sino que se encuentran en todos los dominios estos seres absorbentes. El parásito adquiere formas diversas y se lo conoce con distintos nombres: es poeta, artista, propagandista, obrero sin trabajo, productor interesado y laborioso, si es preciso. A veces, con su traje de faena y sus manos callosas, es difícil desenmascararlo, pero con mucha habilidad se llega a reconocerlo. Su obra es negativa, su propaganda una repetición de lugares comunes, y si explota las ideas avanzadas, sus discursos inflamados contra la sociedad suenan tanto más huecamente cuanto mejor provista es la mesa y más confortable es el lecho que comparte en casa del cándido compañero. No olvidemos tampoco que parásito es igualmente el proletario que se aprovecha de las mejoras alcanzadas por sus compañeros, sin haber querido tomar parte en las luchas consiguientes.
Sin duda, todos somos algo parásitos, puesto que nos aprovechamos de las adquisiciones de los más adelantados en ideas y estudios y no podemos vanagloriarnos de nuestro saber, cuando es una imitación de lo que otros han dicho antes y mejor que nosotros. Únicamente cuando vamos más lejos, por nuestra cuenta y riesgo, sirviéndonos de los jalones que aquellos han plantado con los resultados de su trabajo en la ruta de la experiencia, podemos decir que adquirimos propia personalidad y perseguimos nuevas iniciativas.
Los parásitos abundan en el terreno económico. ¿Qué decir de los innumerables obreros inútiles? Los que, aun condenándolas, aceptan y perpetúan las condiciones actuales de la existencia social y, comprendiendo la necesidad del esfuerzo, rehúyen éste por temor de los riesgos que conlleva, son los peores parásitos. En cambio los refractarios, despreciados por el obrero honrado y laborioso, son esforzados y enérgicos, como corresponde a toda manifestación rebelde, propia de los que rehúsan, aunque sea inconscientemente, los reglamentos intelectuales, orales y económicos que rigen a las colectividades, aunque tuviesen que romper violentamente con ellas.
50. LOS INEPTOS PARA EL ESFUERZO
Una constatación dolorosa es que todos no son aptos actualmente para esforzarse en ser rebeldes o refractarios. El mayor número de los humanos nos parece impropio para vivir una existencia nada más que algo individual. Es una consecuencia de la manera como se realiza la supervivencia de las especies. Las más aptas para remontar los obstáculos, para vencer las resistencias que se opongan a su perpetuación, son guiadas solamente por un número restringido de individuos más capaces, dotados de ciertas características perfeccionadas que llegan a constituir la herencia de la nueva especie o raza transformada. Lo que pudiéramos llamar la escoria, el sedimento, o el desecho intransformable de la especie, la raza y el individuo, languidece, se debilita, degenera y acaba por perecer, si no es absorbido. Buscar las causas de estas ineptitudes, la influencia hereditaria, las modificaciones del ambiente, de los intereses y de la educación, la falta de ocasiones propicias a despertar la necesidad o el deseo de una existencia independiente de los inveterados prejuicios, es tarea profunda y extensa que no podría contenerse en los límites de esta obra. ¿Sabemos tan sólo si el instinto de la vida libre existe inconsciente, latente, presto a manifestarse en todos los seres?[2]
51. LA BELLEZA DE LA VIDA VIVIDA INDIVIDUALMENTE
La vida es bella para quien traspasa las fronteras de lo convencional, se evade del infierno industrial y comercial y huye lejos del humo insalubre de las fábricas y del hedor pestífero de las tabernas; para quien se despreocupa de las restricciones de la respetabilidad, de los temores del qué dirán y de las murmuraciones vulgares. La vida es bella para el anarquista. Y como el anarquista no cesa de propagar sus concepciones, haciendo obra de vida y de reproducción, es natural que se desinterese en cierto modo de los incapaces de un esfuerzo que sea efectivo en el presente, porque quiere el mayor grado de libertad sobre todo, sin aguardar al problemático mañana, cuya consecución ha de fiarse a los demás.
El anarquista sigue su camino, dejando atrás a los religiosos, a los legalitarios y a los socialistas que confían su esfuerzo en manos de sus sacerdotes, de sus diputados o de sus delegados. No puede estar de acuerdo con partido alguno organizado.
Se objetará que el esfuerzo individual o combinado en un reducido número no produce grandes resultados. En apariencia así es, pero puede discutirse tal aserto. En realidad, una minoría decidida y consciente tiene mucha más influencia que una mayoría que obra por irreflexión imitativa. Además, existen ciertas mentalidades que aman el esfuerzo no por su resultado material, sino por la satisfacción íntima que les produce y, bajo este concepto, no es posible la desesperación. Continúan desplegando más y más energía y, si alguna vez desfallecen, pronto su existencia recobra su nivel y con más pujanza se disponen a la tentativa de nuevos esfuerzos.
En efecto, la vida no puede parecer bella más que considerada individualmente. Es bueno respirar el aire embalsamado de los campos floridos, trepar a lo alto de alegres colinas, asociarse a la fresca canción del agua cristalina de los arroyos, soñar en las arenas de la playa, pasear la vista por los espacios siderales, gozar, en fin, con todos los variados aspectos de la naturaleza, pero sólo a condición de experimentar por sí mismo la emoción y no porque las descripciones estén estampadas en algún libro de viajes.
Nadie más que los que perciben la vida a través del prisma social, todos los que forman de ella un concepto estrecho según las ideas determinantes de la moral que sustentan, todos los atrofiados por los innumerables arcaísmos, la encuentran insípida o detestable, porque siendo víctimas de la zozobra, de saber lo que puede hacerse y lo que está prohibido, según las reglas prefijadas, resulta de tal modo una carga o una esclavitud. El anarquista, al contrario, aprecia la alegría de vivir intelectual, sentimental y materialmente, ya en el tráfago de las grandes ciudades, o bien en la paz sedante de los campos o aldehuelas. Goza de todo y no desecha sino lo que no cuadra con su temperamento, su carácter, sus aspiraciones y su sed de realidades.
52. LA EDUCACIÓN DE LA VOLUNTAD
Vivir la vida intensamente, con placer, no implica dejar rienda suelta a los apetitos brutales y a la licencia irrazonable. Nada es más triste e incoloro que una vid ignorante del flujo y reflujo de las pasiones y para el anarquista nada hay tan deprimente e indigno como el abandono a las malas inclinaciones o hábitos inveterados, pues esto supone una servidumbre y, donde no hay libertad, mal se puede gozar de lo que no puede apreciarse y dosificarse a voluntad. El dominio de sí mismo es la primera condición de una vida plena. Aquí también, el esfuerzo, que varía de individuo a individuo, es necesario, porque al fin y al cabo el verdadero deleite vital se resume en una cuestión de capacidad, de aptitud y de adaptación personal. Es cuestión de cantidad y no de volumen que pueda convenir a todos y es sobre todo cuestión de educación de la voluntad, susceptible también de gradual evolución. Gozar de todo en los limites de la potencia de apreciación personal sin salirse del perfecto equilibrio, he aquí el ideal. Ver, por así decir, mil caballos enganchados a nuestro carro, sin que las riendas de uno solo nos escapen, ésta es la imagen de la educación de la voluntad, la iniciación de la verdadera libertad individual. Igual que el beodo trata de arrastrar a sus amigos, una de nuestras pasiones puede también hacernos caer totalmente en la servidumbre y en la anulación de nuestra potencia creadora.
53. USO Y NO ABUSO
El anarquista no es un abstinente ni un vicioso, puesto que el primero implica temor exagerado o defecto de discernimiento moral, en tanto que el segundo es una prueba de impotencia de la voluntad, una afirmación de degeneración moral. Se le podría considerar como un atemperado, si por tal se entiende al individuo dotado de bastante voluntad para refrenar sus deseos o necesidades, en cuanto conoce que el uso amenaza de transformarse en abuso.
54. ¿QUÉ ES VIVIR?
¡Vivir! Aspiración de todo organismo en buena salud; razón de ser de todo cuanto existe sobre la tierra o llena el universo, pues todo –seres y cosas– tiende a crecer, desenvolverse y transformarse en múltiples combinaciones.
¡Vivir! Significa para el inconsciente, o para el imperfectamente consciente, adquirir conciencia de que existe, se mueve y ejerce actos de voluntad.
¡Vivir! Razón de ser de todo cuanto siente, respira, se nutre, se reproduce, discurre, forma asociaciones de ideas, traza una regla de conducta, adopta una actitud, manifiesta una actividad.
¡Vivir! Finalidad del hombre –principio y fin– objeto y aspiración del individuo, explicación de nuestra presencia sobre el planeta.
No hay nada que pueda sustraerse a las manifestaciones de la vida, sea cualquiera la forma en que se nos represente.
El bien, el mal, lo útil, lo nocivo, lo grande, lo mezquino, el amor; el arte, el placer y el dolor; todo está íntimamente ligado a la vida, pudiendo decirse que constituye la vida misma.
La tierra y el cosmos rinden testimonio a la vida universal siguiendo sus leyes eternas de movimiento y transformación, de energía y de resistencia. Las nebulosas que se resuelven y los soles que se eternizan; los niños que ven la luz primera y los viejos que exhalan el último suspiro; las flores que se marchitan y los árboles cuyas ramas ceden bajo el peso del fruto que soportan; la inmensidad del océano, el elevado pico cubierto de nieve, la dorada llanura, el espeso bosque, la ciudad bulliciosa, son otros tantos aspectos de la vida.
Vivir, ¡oh, seres semejantes a mí exteriormente! ¿y para qué? Pregunta que ha dado lugar a innumerables respuestas, pero que nunca ha sido resuelta de un modo absoluto y eficaz.
Unos dicen que es preciso vivir para Dios, para la Ley, para el Bien y para la Justicia; es decir, para una abstracción indefinible, que varía según las épocas o el grado de cultura de las colectividades o de los individuos; una abstracción invisible, impalpable, fantasma creado por la imaginación del hombre y en cuya persecución la humanidad se agota en vanos esfuerzos.
Otros han afirmado que era preciso vivir para la humanidad, el medio humano, el conjunto social y así los hombres han llegado a hacer abstracción de todo cuanto tendía en ellos a desarrollarse separada y aisladamente, depositando cuanto eran y cuanto tenían en el altar del contrato social. La coacción universal acabó con el último vestigio de la iniciativa personal, convirtiendo a los hombres en súbditos, ciudadanos y miembros de las sociedades, sin que en tal situación nadie se considere más dichoso.
Muy pocos son los que han proclamado que es preciso “vivir por vivir” para llenar sus funciones de bípedo dotado de inteligencia y de sentimiento, capaz de analizar la emoción y de catalogar las sensaciones.
“Vivir por vivir” sin más; vivir para trasladarse de una parte a otra; para apreciar las experiencias intelectuales y morales; para gozar; para satisfacer las necesidades del cerebro o la voz de los sentidos. Vivir para adquirir sabiduría, para luchar y formarse una individualidad franca; para amar; para recolectar las flores de los campos y las frutas de los árboles. Vivir para producir y consumir; para sembrar y recoger; para cantar al unísono con los pájaros y para disfrutar del sol tendidos sobre la arena de la playa.
“Vivir por vivir”, para gozar intensamente de cuanto nos ofrece la vida, apurando hasta la última gota de la copa de delirios y sorpresas que la vida guarda a quienes han adquirido conciencia de que existen. ¿Es que esto no vale por todo el fárrago de metafísicas religiosas o laicas?
“Vivir por vivir”. He aquí lo que quieren los anarquistas; pero vivir en libertad, sin que una moral extraña a ellos o impuesta por la tradición o la mayoría establezca una división entre lo lícito y lo prohibido.
Vivir, no acomodándose a convencionalismos o prejuicios; sino siguiendo los impulsos de su naturaleza individual, sin dejarse arrastrar más allá del punto en que el uso de la vida degenera en abuso, y uno de por sí, no siendo capaz de apreciar la vida, se convierte en esclavo de sus inclinaciones.
“Vivir por vivir”. No para pensar continuamente si se está o no de acuerdo con este o el otro criterio general sobre la virtud y el vicio, sino para disponerse a no hacer ni cumplir nada que vaya en menoscabo de nuestra dignidad individual.
“Vivir por vivir” sin tratar de aplastar a otros ni pisotear las aspiraciones o los sentimientos de alguien; sin dominar ni explotar, sino siendo libres y resistiendo con todas nuestras fuerzas, tanto a la tiranía de uno solo como a la absorción de las multitudes.
Vivir, no para la Propaganda, para la Causa o para la Ciudad que se aspira a formar –pues todas estas cosas están dentro de la vida– sino para vivir en libertad cada uno su vida, guardándose de entrometerse en la vida de sus camaradas de ideas y pidiendo solamente que se deje el camino libre a quien no comparta nuestro modo de pensar, pero rebelándonos si es preciso contra quien se oponga a nuestro paso.
Ni jefes ni servidores, ni amos ni siervos: he aquí lo que quieren los anarquistas; lo que ellos entienden “vivir por vivir” y lo que conviene recordar continuamente. Y aunque sólo se consiga en cierta medida, esta tendencia o aspiración no deja de constituir su razón de existir, de manifestarse y de formar una “especie”.
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CAPÍTULO 10
EL ANARQUISTA INDIVIDUALISTA COMO “REFRACTARIO”
55. EL ANARQUISTA Y LA CIENCIA
Hemos visto sucesivamente al anarquista en desacuerdo con la sociedad actual y sin afinidad alguna con sus reformadores, en inevitable reacción constante contra el medio, desechando enérgicamente una solidaridad ficticia que le impide amar la vida libremente, por su propia experiencia. Es un refractario a todos los grados de enseñanza que dispensa el Estado y se niega a prosternarse, lo mismo ante la divinidad que ante la ciencia, porque sabe que las deducciones de ésta se conforman a la constitución del cerebro y, como las demás ramas de la actividad, ha de servir a la liberación humana y no a la sumisión. Siendo ateo, el anarquista no puede sumarse a los fieles de la religión científica y siente horror de las fórmulas que pretenden resolver problemas frecuentemente mal planteados. No es adversario de concepto filosófico alguno, siempre que admita la crítica y repose en una aspiración, satisfacción o razonamiento individual. Busca siempre la mayor facilidad de desarrollo integral; no se encierra en ideas fijas y todos los conceptos que acepta son a título provisional o transitorio, hasta que adquiere por la experiencia otros más elevados y justos.
Es materialista en concepto puramente individual, porque la materia es apreciada según la percepción de los sentidos de cada uno. Pero por materialista que sea, el anarquista no renuncia ni a los goces interiores de la vida del sentimiento, ni a las gratas expansiones intelectuales de la especulación filosófica, literaria, práctica o artística, sin cortapisas exclusivistas o limitaciones dogmáticas de cualquier especie, dejando a cada uno que siga sus propias aspiraciones, sin criticarlas porque no concuerden con las que él persigue; pues desde luego no busca la uniformidad, sino que, comprendiendo la diversidad, respeta al que, por ejemplo, encuentra su mayor satisfacción ideal en las matemáticas o en la geometría, aunque él prefiera a ese rigorismo científico la libre expansión de la fantasía artística.
De cualquier modo que se consideren los hechos de la humanidad, el anarquista no puede conducirse más que como refractario.
56. EL ANARQUISTA Y EL AMOR
Si se trata de las relaciones sexuales o afectivas, no hay nada más absurdo que los prejuicios en que reposan y las consecuencias que producen. Es una infamia general que se tolere una moral femenina distinta a la masculina. En esta cuestión la mujer está doblemente sometida a la esclavitud y a la ignorancia y sufre además la anormalidad de la castidad o pureza sexual forzosa.
Al amor esclavo, único que conoce la sociedad actual, debe oponerse el amor libre, a la dependencia sexual de la mujer, considerada generalmente como carne de placer, la libertad sexual o sea la facultad para ambos sexos de disponer a su antojo de los deseos y aspiraciones de su temperamento sensual o sentimental.
57. AMOR LIBRE Y LIBERTAD SEXUAL
El anarquista sabe distinguir entre libertad sexual o amor libre y promiscuidad o desarreglo, pues mientras aquél reposa siempre en una elección consciente o razonada, aunque no excluye ni la impulsión sentimental ni el deseo emocional, en el sensualismo puro, la promiscuidad denota un desequilibrio, casi siempre a favor del elemento masculino y si puede convenir a algunos temperamentos sería irracional extenderla a todos. La mujer que por deber anarquista se creyese en la obligación de entregarse a cualquier camarada sin atender a sus inclinaciones, sería un verdadero contrasentido de la misma idea.
El amor libre comprende muchas variedades que se adaptan a los diversos temperamentos amorosos: constantes, volubles, tiernos, apasionados, sentimentales, voluptuosos, etcétera… y reviste las formas de monogamia, poliandria, poligamia y pluralidad simultánea; no tiene en cuenta los grados de parentesco y admite sin reparo la unión sexual entre muy próximos consanguíneos, lo que importa es la mutua satisfacción y como la voluptuosidad y la ternura son aspectos del goce de vivir deben perseguirse individualmente. Mientras uno busca su placer en la variedad de las experiencias amorosas, otro lo encontrará siempre en la unidad, lo cual no será obstáculo para que el amor exista y se armonice.
Las necesidades sexuales son más imperiosas en ciertos períodos de la vida, como la unión sentimental es también en otros más apremiante que la pura satisfacción material. La observación y aplicación de todos estos matices es lo que constituye el amor libre. Como todas las fases de la vida anarquista, ésta no admite reglas establecidas. A cada uno corresponde deducir las conclusiones de su propia experiencia que más convengan también a su emancipación.
58. EL ANARQUISTA Y LA FAMILIA
Respecto de la familia, el anarquista se halla en profundo desacuerdo con las ideas dominantes, las cuales basan aquélla sobre bienes con gran frecuencia puramente circunstanciales y que conceden al padre una autoridad tiránica, como la de dirigir la educación del niño, inclinándolo a una carrera dada, falseando las más de las veces su porvenir intelectual y moral. Casi todos los padres tienden a hacer de sus hijos, considerados como otra forma de la propiedad, no seres capaces de pensar por sí mismos y reaccionar contra las influencias hereditarias, no focos de iniciativa, sino fotografías o reproducciones reflejando las ideas y los gestos progenitores. Basta que un niño no sienta afinidad familiar y que a los veinte años haga gala de ideas contrarias a las aprendidas en el hogar para que sea tachado de mal sujeto y acusado de baldón de los suyos.
El anarquista sabe que, producto de la fecundación del huevo por el espermatozoide, toda criatura, por una aplicación algo oscura de los fenómenos del atavismo, reproduce los rasgos del carácter de sus ascendientes, a veces muy lejanos, que los resume o los mezcla a los de sus padres o parientes más inmediatos y que no es sorprendente que algunas de estas características hagan irrupción en el medio familiar y obliguen al inadaptado o mala cabeza a buscar un nuevo terreno más favorable a su desarrollo.
Creerse en el derecho de dirigir la vida ulterior de un vástago, porque durante algún tiempo se le ha asegurado la subsistencia, es para el anarquista tan tiránico como la pretensión de algunos patronos que, por el hecho de proporcionar el trabajo, quisieran imponer a sus asalariados la obligación de asistir a misa.
La verdadera familia es la que se une por afinidad de ideas, caracteres y temperamentos y aunque tal pueda suceder también por la única base del lazo genital, lo cierto es que toda presunción autoritaria perjudica al buen acuerdo entre sus miembros. Dicho esto, se comprenderá que el anarquista es adversario únicamente del concepto estrecho que hoy se aplica a la familia.
59. CONCEPTO DEL REFRACTARISMO
No hablaremos aquí de las gestiones que los dirigentes aplican a los negocios públicos, ni tampoco de los prejuicios y de los intereses capitalistas que fundamentan la idea de Patria; únicamente haremos constar que la idea internacionalista no excluye las preferencias anarquistas por uno u otro lugar de la tierra.
El anarquista es refractario a las ideas generales o, mejor dicho, a la opinión pública. No puede hacer como todo el mundo, sino que ha de tener un criterio elevado y ha de saberlo aplicar en todos sus actos. Tan ilógico es el beodo que se revuelca en el arroyo gritando viva la anarquía, como el burgués, crápula despreciable, que bajo pretexto de amor libre deja embarazada a su sirvienta. Ideas tan puras no sirven para excusar pasiones brutales o inclinaciones degeneradoras en contra de la más elemental justicia.
No pretendemos tampoco que el anarquista deba estrellarse contra las barreras que la sociedad opone a la expansión vital. Si consiente en hacer indispensables concesiones a la fuerza dominadora es siempre con premeditación de resarcirse, para no arriesgar o sacrificar necia e inútilmente su vida, pues las considera exclusivamente como armas de defensa personal en la lucha social.
Es cierto que el anarquista puede realizar ciertas formalidades legales o administrativas a fin de conseguir alguna ventaja que de otro modo le hubiera sido imposible alcanzar, pero para que no haya inconsecuencia es preciso que mantenga su espíritu rebelde, que no se incline a la poltronería y que sepa aprovechar estas circunstancias ordinarias sagazmente, trastornándolas y acabando por inutilizarlas. El individualista es sólo responsable ante su conciencia, no da cuentas nadie y le basta para estar satisfecho saber que sus esfuerzos son sinceros y constantes y están de acuerdo con sus convicciones.
Desde luego, esta independencia moral no debe prestarse a equívocos y tiene sus límites naturales. Un anarquista no es diputado, ni magistrado, ni policía, ni millonario y si posee algún dinero, la imperiosa necesidad de reproducirse lo llevará a gastarlo en beneficio de las ideas que ama. Vive sencillamente y no es esclavo de lo superfluo, aunque su simplicidad no esté reñida con un bienestar intenso, sano y gozoso, que nada tiene que ver con la vida burguesa de groseros apetitos.
En resumen, por obligado que esté a vivir en una sociedad cuya constitución le repugna, el anarquista será en su fuero interno un irreductible adversario, un inadaptado, un refractario a toda dominación.
60. SINDICADO Y NO SINDICALISTA
Un anarquista puede formar parte de un sindicato donde, mediante el pago regular de una cuota, encontrará facilidades para colocarse u ocasión de obtener aumento de salario o disminución de horas de trabajo, como también puede pertenecer a una sociedad de seguros mutuos. Esto no significa que considere de gran valor estos paliativos o males menores, sino que los acepta en su calidad de trabajador, a causa de las luchas económicas entre explotadores y explotados, pero por el hecho de estar sindicado no dejará de ser anarquista, sino que, por el contrario, afirmará más sus ideas entre los mismos que toman el sindicalismo como un fin y no como un medio adecuado de defensa profesional.
61. LA RESISTENCIA PASIVA
Nuestro criterio sobre la violencia es que ésta niega todo método educativo y no soluciona los conflictos que dividen a los hombres y a las colectividades. Puesto que implica superioridad brutal y empleo de autoridad de la fuerza física es antianarquista. Hemos preconizado siempre la “resistencia pasiva” o la abstención de la violencia ofensiva, no admitiendo la defensiva más que como último recurso de protección individual o como garantía del mayor grado de libertad. Pero entiéndase bien que es solamente una táctica susceptible de modificaciones, según los casos, y no pretendemos hacer un principio, una especie de dogma como los discípulos de Tolstoi con su “no resistencia al mal por la violencia”.
Es evidente la diferencia entre el empleo de los argumentos contundentes contra quien nos ataca que contra quien nos deja tranquilos.
Benjamin R. Tucker explica con un ejemplo típico el empleo de la violencia:
“Suponed –dice– que un individuo me ataque y quiera dominarme. Trataré de defenderme y de disuadirle de su intención; pero si continúa redoblando sus golpes y yo tengo prisa para tomar el tren que ha de conducirme al lado de mi hijo que agoniza, procuraré sujetarlo. Si no se conforma y se vuelve contra mí, distrayéndome un tiempo precioso, cuestión de vida o muerte, entonces, sin reparar, me libraré de él como mejor pueda”.
He aquí todavía un resumen de la opinión de Stephen T. Byington, de la que no participamos en absoluto:
“Como muchos otros individuos, los anarquistas desearían llegar a una era de completa armonía; pero saben que éste es un ideal lejano, inactual. Saben también que unos se sirven de la violencia y a otros corresponde determinar si ha de replicárseles del mismo modo. Por ejemplo: si un bruto se esfuerza en lanzarme a un estanque, lo que es un acto esencialmente gubernamental, aunque cometido fuera de esa institución, según se entiende generalmente, y yo resisto contrarrestando su proyecto, ¿puede mi defensa compararse a su agresión?
Emplear la amenaza o la fuerza contra pacíficos es un crimen gubernamental; pero servirse de ellas para atajar los desmanes de un brutal despotismo es una acción laudable. Por eso los anarquistas justifican las violentas represalias contra la expoliación y el fraude enseñoreados en la sociedad autoritaria; pero en ningún caso disculparán el ensañamiento contra seres inofensivos. Es principio elemental de libertad individual domeñar en lo posible los atentados del poder tiránico de los gobiernos y ningún anarquista reprochará los medios más extremos para conseguirlo”.
En consecuencia, la violencia se puede emplear por pura necesidad; para lograr una utilidad cierta. Sólo bajo este criterio es admisible, y si fuera posible conseguir bajo un régimen de propiedad individual un máximo de libertad de pensamiento y acción pacífica, los ataques rabiosos de una pequeña minoría contra tal régimen serían bestiales, inútiles y absolutamente reprobables.
62. ALGUNOS GESTOS DE REBELDÍA
Sustraerse al servicio militar y a toda clase de contribuciones; practicar las uniones libres a título de protesta contra la moral corriente; abstenerse de toda acción, de toda labor, de toda función que implique mantenimiento o consolidación del régimen intelectual, ético y económico impuesto; cambiar, además,
los productos de primera necesidad entre anarquistas individualistas posesores de los útiles necesarios a la producción, fuera de todo intermediario explotador o capitalista. He aquí los actos de rebeldía inherentes y de esencial conveniencia a nuestra actividad.
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[2] Trasladamos al lector que quiera profundizar estas cuestiones a la obra de Félix Le Dantec Las influencias de los antepasados. Madrid, Librería Gutemberg 1907. Pesetas: 3,50. (N. del T.)
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