El siglo XIX es el de los pronunciamientos y alzamientos militares. La importancia primordial del ejército en la vida pública fue debida al hecho de que era una fuerza armada capaz, al menos transitoriamente, de sostener o de reprimir a otros grupos. Por otro lado, la idiosincrasia militar de la guerra de la independencia –donde se introdujo como forma de lucha la guerrilla-, influyó decisivamente en la formación y conformación del ejército español del siglo XIX.
El pueblo al tomar las armas nombró a sus generales, aboliendo de facto el derecho de mando que ostentaba la nobleza. Los oficiales salieron de las clases más bajas, puesto que son quienes lucharon contra el invasor. Las altas graduaciones siguieron, sin embargo, en manos de los nobles, pero en la siguiente generación, muchos de los jefes militares españoles provenían de las clases medias.
El siglo XIX es el tiempo de la derrota de Ayacucho, de la primera guerra carlista, de la regencia de Espartero, del golpe militar de Narváez y O´Donnell, del pronunciamiento de Vicálvaro, del levantamiento de los sargentos del cuartel de San Gil, del alzamiento militar de Topete (que desembocó en la Revolución de 1868 –La Gloriosa), de la guerra de Cuba, de la segunda guerra carlista y del pronunciamiento militar de Pavía, entre otros acontecimientos señalados.
Así, vemos que la presencia de los militares en la vida política española fue una constante. Tanto los militares progresistas como los moderados recurrieron a los pronunciamientos para provocar la caída de los gobiernos de signo contrario. Además, la tendencia de Isabel II de otorgar el gobierno a los moderados provocó que los progresistas recurrieran a los alzamientos para conseguir el poder.
El sistema parlamentario español, funcionaba inversamente ya que se formaba gobierno por nombramiento real o por una conspiración militar y no como resultado de unas elecciones. El nuevo gobierno convocaba elecciones y conseguía amplias mayorías, puesto que el fraude electoral era una práctica habitual.
Durante el período isabelino hubo 22 elecciones generales y en la mayoría de casos triunfó el gobierno que las convocaba.
En 1898, la pérdida de las últimas colonias puso en evidencia la organización del ejército español, ya que, consciente de su inferioridad militar frente a EEUU, aceptó el enfrentamiento armado, que supuso la muerte de numerosos soldados reclutados bajo el sistema de quintas; sistema que permitía a las clases acomodadas pagar un rescate para evitar ir a la guerra, guerra a la que las clases populares se veían condenados sin poder eludirlo (salvo la deserción, castigada ya en el Digesto con pena capital en períodos de guerra).
Los militares españoles de base, ya pertenecieran al ejército colonial o al del “interior”, vivían en las más absoluta miseria, sin alimento, sin vestido, sin pertrechar minimamente; por el contrario, los mandos militares hacían ostentación vana y constante, con absoluto dispendio solo por sus intereses puramente personales -que el propio Estado no podía permitirse.
Ese sistema provocó un fuerte sentimiento antimilitarista, sentimiento que ha perdurado en el tiempo.
Estas y otras muchas cuestiones de interés sobre el ejercito español de esa época, nos las cuenta Engels en los articulos de prensa que reproducimos hoy, ultimos de la Parte Cuarta del libro de la Revolución en España (recopilación articulos de prensa de Marx y Engels entre 1954 y 1958).
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EL EJÉRCITO ESPAÑOL
Por determinadas circunstancias, el ejército español es de todos los ejércitos europeos el más interesante para los Estados Unidos. Para terminar este repaso de las instituciones militares de Europa daremos pues sobre ese ejército un informe más detallado de lo que parece requerir su importancia si se la compara con la de sus vecinos de la otra orilla del Atlántico.
Las fuerzas militares españolas consisten en un ejército del interior y unos ejércitos coloniales.
El del interior cuenta con un regimiento de granaderos, cuarenta y cinco regimientos de línea de tres batallones cada uno, dos regimientos de dos batallones cada uno en Ceuta y dieciocho batallones de cazadores o rifles. El total de esos 160 batallones constituía en 1852 una fuerza efectiva de 72.670 hombres, que costaban al estado 82.692.651 reales, o sea 10.336.581 dólares al año. La caballería comprende dieciséis regimientos de carabineros o dragones y lanceros, de cuatro escuadrones cada uno, con once escuadrones de cazadores o caballería ligera; esas cifras son de 1851 y suponen l2.000 hombres que costaban al estado 17.549.562 reales, o sea 2.193.695 dólares.
La artillería suma cinco regimientos de a pie, de tres brigadas cada uno, uno para cada división de la monarquía; además, cinco brigadas de artillería pesada, tres montadas y tres de montaña, con un total de veintiséis brigadas o, como se llaman ahora, batallones. En la artillería montada el batallón tiene dos baterías, y en las de montaña y a pie cuatro; en total noventa y dos baterías a pie y seis a caballo, o sea, 588 cañones de campaña.
Los zapadores y minadores forman un regimiento de 1.240 hombres.
La reserva consiste en un batallón (nº 4) para cada regimiento de infantería y un escuadrón para cada regimiento de caballería.
La fuerza total – en el papel- era de 103.000 hombres en 1851; en 1843, al ser derrocado Espartero, era sólo de 50.000 hombres; pero Narváez la elevó de repente a casi 100.000. Por término medio, la mayor cifra será de 90.000 hombres bajo las armas.
Los ejércitos coloniales son como sigue:
- El ejército de Cuba: dieciséis regimientos de infantería veterana, cuatro compañías de voluntarios, dos regimientos de caballería, dos batallones de cuatro baterías a pie, un batallón de cuatro baterías de montaña, un batallón de artillería a caballo con dos baterías y un batallón de zapadores y minadores. Junto a esas tropas de línea existe una milicia disciplinada de cuatro batallones y cuatro escuadrones y una milicia urbana 3 de ocho escuadrones, con un total de treinta y siete batallones, veinte escuadrones y ochenta y cuatro cañones. Durante estos últimos años ese ejército permanente de Cuba ha sido reforzado por numerosas tropas de España; y si calculamos su fuerza inicial en 16.000 ó 18.000 hombres, habrá quizás ahora en Cuba unos 25.000 ó 28.000. Pero esto no es sino una mera aproximación.
- El ejército de Puerto Rico: tres batallones de infantería veterana, siete batallones de milicia disciplinada, dos batallones y un escuadrón de voluntarios nativos y cuatro baterías de artillería a pie. El descuidado estado de la mayor parte de las colonias españolas no permite calcular la fuerza de esos cuerpos.
- Las Islas Filipinas cuentan con cinco regimientos de infantería de ocho compañías cada uno, un regimiento de cazadores de Luzón, nueve baterías a pie, una a caballo y una de montaña. Nueve unidades de cinco batallones de infantería indígena y otros cuerpos provinciales que antes existían fueron disueltos en 1851.
El ejército se recluta por sorteo, permitiéndose las sustituciones. Cada año se alista un contingente de 25.000 hombres, pero en 1848 fueron llamados a filas tres contingentes, es decir, 75.000 hombres.
El ejército español debe su organización actual a Narváez principalmente, aunque las Ordenanzas de Carlos III, de 1768, siguen constituyendo su fundamento. De hecho, Narváez tuvo que retirar a los regimientos sus viejos colores provinciales e introducir la bandera española en el ejército. Del mismo modo tuvo también que destruir lavieja organización provincial y centralizada y restaurar la unidad. Sabiendo demasiado bien, por propia experiencia, que el dinero era la palanca más eficaz en un ejército que casi nunca recibía sus pagas y rara vez era vestido y alimentado, intentó también implantar una gran regularidad en el pago y en la administración económica del ejército. No se sabe si tuvo éxito en toda la extensión de sus intenciones; pero todas las mejoras que introdujo en ese terreno desaparecieron rápidamente bajo la administración de Sartorius y sus sucesores. El estado normal del ejército – «sin pagas, sin alimentos, sin vestir»- fue restaurado en toda su gloria; y mientras los oficiales de alta graduación y los generales circulan vestidos con brillantes casacas con cordones dorados o plateados, o incluso con fantasiosos uniformes desconocidos por la ordenanza, los soldados van en harapos y sin calzado. Un autor inglés describe como sigue el estado de ese ejército hace diez o doce años:
El aspecto de las tropas españolas es lo menos militar que pueda imaginarse. El centinela se pasea de un lado a otro de su puesto, con la prenda de cabeza generalmente echada hacia atrás, el fusil atravesado por los hombros y cantando tranquilamente una seguidilla con la mayor sans· faÇon del mundo. No es nada raro que le falten piezas del uniforme, o bien su guerrera regimental y las piezas interiores están en un estado tan desesperadamente harapiento que incluso en pleno verano lleva el capote pajizo a guisa a de tapalotodo; de cada tres casos en uno los zapatos están hechos trizas y dejan ver los pies desnudos del soldado: tales son las glorias de la vida militar en España.
Una orden de Serrano de 9 de septiembre de 1843 dispone lo siguiente:
Todos los oficiales y jefes del ejército se presentarán en público de ahora en adelante con el uniforme de su regimiento y con el sable de reglamento siempre que no vayan de cuartel; todos los oficiales deberán llevar también las insignias distintivas ele su empleo y no otras que las prescritas, sin exhibir más esos arbitrarios ornamentos y ridículas guarniciones con las que algunos de ellos han juzgado oportuno distinguirse.
Eso por lo que hace a los oficiales. Y he aquí para los soldados:
El brigadier general Córdoba ha abierto una suscripción en Cádiz, encabezándola con su nombre, al objeto de reunir fondos para regalar unos pantalones de paño a cada uno de los valientes soldados del regimiento de Asturias.
Ese desorden económico explica el hecho de que el ejército español haya permanecido desde 1808 en un estado de rebelión casi ininterrumpida. Pero las causas reales de esa situación son más profundas. La larga guerra contra Napoleón, en la que los diversos ejércitos y sus generales consiguieron efectiva influencia política, fue lo primero que les dio un rasgo pretoriano. Varios hombres muy activos del período revolucionario se quedaron en el ejército; la incorporación de las guerrillas al ejército regular reforzó incluso ese elemento. Y así, mientras los jefes conservaban sus pretensiones pretorianas, los soldados y subalternos seguían inspirados por las tradiciones revolucionarias. Así pudo prepararse normalmente la insurrección de 1819-23 y más tarde, en 1833-43, la guerra civil volvió a colocar en primer término el ejército y sus jefes. Utilizado como instrumento por todos los partidos, no tiene nada de raro que el ejército español tomara por algún tiempo el poder en sus propias manos.
«Los españoles son un pueblo de guerreros, pero no de soldados», dijo el abbé de Pradt. Y sin duda son los españoles los que de todas las naciones europeas más antipatía sienten por la disciplina militar. Ello no obstante, sería posible que la nación que fue celebrada durante más de un siglo por su infantería volviera a tener un ejército del que poder estar orgullosa. Pero para conseguirlo sería necesario reformar no sólo el sistema militar, sino, y aún en mayor medida, la vida civil.
[Putnam’s Magazine, diciembre de 1855]
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BADAJOZ
Badajoz, ciudad y fortaleza española, capital de Extremadura, a orillas del Guadiana, a 82 millas al NO. de Sevilla y 49 al S. de Alcántara; aproximadamente 15.000 habitantes. Especialmente célebre por los acontecimientos ocurridos en ella durante la guerra peninsular. El primero de ellos fue la terrible hecatombe de mayo de 1808 tras la insurrección general contra los franceses. El gobernador, que intentó aplastar el levantamiento, fue sacado de su casa y muerto por el populacho. El 5 de febrero de 1811, cuando Masséna estaba en plena retirada ante Wellington desde la inexpugnable línea de Torres Vedras, Soult tomó posiciones ante los muros de Badajoz, defendida por el veterano Menacho. Wellington hizo todo lo posible para que el general español Mendizabal consiguiera levantar el cerco; le envió con esa intención todas las divisiones españolas de su propio ejército, lo cual hacía el ejército español igual al francés sin contar la guarnición de la plaza. Pese a ello Mendizábal fue sorprendido y aniquilado, perdiendo 8.000 hombres y toda la artillería; unos pocos, junto con el general, se refugiaron en Elvas, mientras 3.000 hombres se encerraban en Badajoz, que disponía así de 9.000 hombres dentro de sus murallas y de 170 cañones. Pero desgraciadamente Menacho cayó en una salida la tarde del 2 de marzo; se abrieron algunas brechas en las murallas, y aunque eran Impracticables porque los franceses no contaban más que con una batería de 6 piezas, una de las cuales desmontada, mientras por otra parte se sabía que Beresford estaba. en marcha con 12.000 hombres para liberar la plaza, Imaz, que había sustituido a Menacho, se rindió vergonzosamente. Este desastre, que el duque de Wellington describió como la desgracia más grande que en su opinión habían sufrido los aliados desde el comienzo de la guerra peninsular, tuvo lugar el 10 de marzo de 1811; apenas quedó completada la retirada de Masséna, Wellington decidió reconquistar la plaza fuerte de Badajoz. La atacó el 5 de mayo de 1811 y aunque el ejército inglés no contaba entonces con ningún cuerpo de zapadores y minadores ni con nadie que supiera dirigir el avance bajo el fuego, el sitio empezó con gran energía. Poco después, empero, se aproximó Soult a la plaza, procedente de Sevilla. Se libró entonces la batalla de Albuera, tras de la cual Wellington en persona reanudó el cerco con el mayor vigor. El 6 de julio se declaró practicable la brecha, pero aquel día y el 9 las tropas británicas fueron rechazadas en dos rudos ataques, con enormes pérdidas; de nuevo se acercaron Marmont y Soult con fuerzas muy superiores, por lo que Wellington se vio obligado a levantar el cerco y retirarse a Portugal. En la mañana del 8 de enero Wellington cruzó el Agueda y reanudó la ofensiva; el enemigo se hallaba muy distante. Tras la captura de Ciudad Rodrigo por asalto el 18 de enero de 1812 Wellington dirigió su atención a Badajoz, decidiendo conquistarla con un análogo coup de main. Con gran habilidad y astucia consiguió engañar tan completamente al propio Napoleón -que recibía noticia telegráfica de todos los detalles de la guerra- que los franceses no tomaron medida alguna para proteger la plaza hasta que la artillería de sitio inglesa no estuvo ya ante las murallas.
El 15 de marzo fueron colocados los pontones en el Guadiana y el 17 estaba terminado el cerco. La plaza era muy fuerte y estaba hábilmente defendida por Philippon, el cual, por su anterior victoriosa defensa, conocía perfectamente todos sus puntos fuertes y débiles y estaba admirablemente secundado por una escogida guarnición de 5.000, flor de los ejércitos franceses, cuya resistencia, aunque sin éxito, le coronó de honor imperecedero. Al saber el día 24 que Soult estaba realizando grandes esfuerzos por reunir medios para liberar la ciudad, el puesto avanzado llamado la Picurina fue tomado al asalto, aunque no le había sido abierta brecha, con una pérdida de 350 hombres; el asalto no duró más de una hora, pese a que Philippon esperaba sostener el fuerte cuatro o cinco días, retrasando en esos mismos la caída de la plaza. En la mañana del 6 de abril se abrió brecha por tres sitios en las murallas de la ciudad, y se las declaró practicables aunque la contraescarpa había quedado entera y los franceses habían hecho grandes esfuerzos por atrincherar las brechas y fortificar la cresta de las ruinas, que se hicieron inexpugnables con enormes vigas erizadas de espadas; toda la rampa fue cubierta de granadas y sembrada de minas listas para estallar a los pies de los asaltantes. A las 10 de la noche empezó el asalto por la mayor parte de dos divisiones -10.000 hombres en total- precedidos por destacamentos de asalto de 500 hombres cada uno, provistos de escaleras y hachas y lanzados a la desesperada; el asalto se realizó contra las tres brechas, mientras Picton, con una tercera división, debía asaltar el castillo situado a retaguardia simultáneamente con los ataques principales. La historia de la guerra no recuerda carnicería ni pérdidas semejantes a las de ese terrible ataque de medianoche. Las brechas fueron tomadas entre la explosión de las minas, el reventar de las granadas, el rugido de la artillería y el tableteo de los fusiles; pero ganada la cresta los ingleses no pudieron forzar las trincheras, pese a arriesgar la muerte de todas las maneras imaginables y a luchar cuerpo a cuerpo con los granaderos franceses a través de la barrera. Tras dos horas de combates desesperados en las que 2.000 hombres cayeron en un espacio de unos centenares de pies cuadrados, Wellington ordenó la retirada y la concentración para un nuevo ataque. Pero mientras tanto, Picton, pese a haber sido rechazado una vez, escaló el castillo, que no tenía brecha alguna y cuya caída no podía creer Philippon ni aun después de haber ocurrido; simultáneamente, Walker, con el mero propósito de efectuar un movimiento de diversión con un falso ataque, había escalado el bastión de San Vicente con una brigada de portugueses, y en el mismo momento en que en las brechas todo era confusión, desastre y retirada, las cornetas inglesas, contestándose desde el castillo y la plaza mayor, anunciaron que la ciudad estaba tomada. Se abandonaron las brechas; la guarnición se retiró al otro lado del Guadiana, a la vecina fortaleza de San Cristóbal, rindiéndose a discreción la mañana siguiente; los asaltantes, ahora sin encontrar resistencia, penetraron por brechas, portones y por encima de las murallas y, enloquecidos por sus pérdidas y borrachos de la sangre de aquella furiosa batalla, realizaron hazañas que seguramente hicieron llorar a los ángeles y oscurecieron, si no borraron, la gloria de su admirable éxito militar. En 11 días de guerra abierta y 19 de sitio fue así tomada la plaza más fuerte de España, contra todas las probabilidades y casos de la fortuna bélica, con sus 120 cañones pesados y toda su guarnición de 3.800 hombres y con su gobernador; 1.500 defensores cayeron durante el sitio. Los conquistadores perdieron 5.000 hombres y oficiales durante el sitio, incluyendo 700 portugueses; no menos de 500 de los cuales (800 de ellos muertos) quedaron fuera de combate en el último asalto. Y sin embargo, por terrible que fuera, el precio no resultó demasiado caro, pues con la toma de Badajoz se abría el camino al corazón mismo de España y empezaba la victoriosa carrera que terminó con el desfile de los ejércitos aliados por las calles de la metrópoli francesa.
[New American Cyclopedia, vol. 2, 1858]
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BIDASOA
El Bidasoa, un pequeño río de las provincias vascas españolas, célebre por las batallas que tuvieron lugar en sus orillas entre los franceses de Soult y los ingleses, españoles y portugueses mandados por Wellington. Tras la derrota de Vitoria en 1813, Soult reunió sus tropas en una posición cuya derecha quedaba en la costa, frente a Fuenterrabía, con el Bidasoa delante, mientras el centro y el ala izquierda se extendían por las cumbres de varias colinas hacia San Juan de Luz. Desde esta posición realizó un intento de socorrer a la cercada guarnición de Pamplona, pero fue rechazado. San Sebastián, cercada por Wellington, se encontraba ahora en difícil situación, y Soult decidió romper el cerco. En su posición en el bajo Bidasoa estaba a menos de 9 millas de Oyarzún, un pueblo de la carretera de San Sebastián; llegando a Oyarzún habría obligado a Wellington a levantar el cerco. De acuerdo con ese plan, a fines de agosto de 1813 concentró dos columnas en el Bidasoa. Una a la izquierda, al mando del general Clausel, con 20.000 hombres y 29 cañones, tomó posiciones en la cima de unas colinas situadas frente a Vera (plaza a partir de la cual el curso superior del río estaba en poder de los aliados), mientras el general Reille con 18.000 hombres y una reserva de 7.000 bajo Foy tomaban posición más abajo, cerca de la carretera de Bayona a Irún. El campo atrincherado francés en la retaguardia quedó al mando de D’Erlon, con dos divisiones destinadas a hacer frente a cualquier movimiento envolvente del ala derecha enemiga. Wellington había sido informado del plan de Soult y había tomado todas las medidas pertinentes. La extrema izquierda de su posición, protegida al frente por el estuario de marea del Bidasoa, estaba bien fortificada, aunque con escasas fuerzas; el centro, formado por las colinas extremadamente seguras y abruptas de San Marcial, estaba reforzado con obra de ingeniería y ocupado por los españoles de Freire; la primera división británica estaba de reserva a la izquierda de su retaguardia, cerca de la carretera de Irún. El flanco derecho, situado en el abrupto declive de la Peña de Haya, estaba ocupado por los españoles de Longa y la 4.ª división anglo-portuguesa; la brigada Inglis de la 7.ª división ponía este flanco en contacto con la división ligera de Vera y con las tropas ya anteriormente destacadas en las colinas. El plan de Soult consistía en que Reille conquistara San Marcial (del que pensaba hacer una cabeza de puente para ulteriores operaciones) y que empujara a los aliados hacia su derecha, a los barrancos de Peña de Haya, abriendo así el camino alto a Foy, el cual debería entonces avanzar en línea recta hacia Oyarzún, mientras Clausel, dejando una división de observación en Vera, pasaría el Bidasoa no lejos de aquella plaza y empujaría todas las tropas que le salieran al encuentro hacia Peña Haya, secundando así de flanco la acción de Reille.
En la mañana del 31 de agosto las tropas de Reille vadearon el río en varias columnas, tomaron la primera cima de San Marcial al asalto y avanzaron hacia las cimas más altas de aquel grupo de colinas. Pero en ese difícil terreno sus tropas, imperfectamente dirigidas, quedaronen desorden; se mezclaron vanguardias y columnas, convirtiéndose en algunos puntos en grupos desordenados cuando las columnas españolas se precipitaron montaña abajo, rechazándolas al río. Un segundo ataque empezó con mayor éxito, llegando los franceses a las posiciones españolas; pero allí se agotó su empuje, y un nuevo avance de los españoles los lanzó otra vez al Bidasoa en gran desorden. Al saber Soult que Clausel había realizado mientras tanto su ataque con éxito, consiguiendo poco a poco terreno en Peña de Haya y haciendo retroceder a los portugueses, españoles y británicos, se dispuso a construir nuevas columnas con las reservas de Reille y las tropas de Foy para lanzar un nuevo ataque a San Marcial, cuando le llegó la noticia de que D’Erlon había sido atacado en su campamento por numerosas fuerzas. Tan pronto como la concentración de los franceses en el bajo Bidasoa había eliminado toda duda sobre la localización del ataque principal, Wellington había ordenado a todas las tropas de las colinas del ala derecha que atacaran en línea recta. Aunque rechazado, ese ataque había sido serio y podía repetirse. Al mismo tiempo, una parte de la división ligera británica fue trasladada a la orilla izquierda del Bidasoa para tomar de flanco el movimiento de Clausel. Soult renunció entonces al planeado ataque y retiró las tropas de Reille al otro lado del Bidasoa. Las de Clausel no pudieron despegarse del enemigo hasta muy entrada la noche y tras un duro combate para forzar el puente de Vera, pues los vados estaban impracticables por la abundante lluvia caída aquel día; los aliados tomaron San Sebastián al asalto, excepto la ciudadela, y este último puesto se rindió el 9 de septiembre. La segunda batalla del Bidasoa tuvo lugar el 7 de octubre al forzar Wellington el paso del río. Las posiciones de Soult eran aproximadamente las mismas que en la primera batalla: Foy mandaba el campo fortificado de San Juan de Luz; D’Erlon Urdax y el campo de Ainhoa, Clausel estaba situado en una altura que enlaza Urdax con el bajo Bidasoa y Reille estaba a lo largo del río desde la derecha de Clausel hasta el mar. Todo el frente estaba fortificado y los franceses se dedicaban aún a reforzar sus obras. La derecha inglesa se oponía a Foy y a D’Erlon; el centro, formado por los españoles de Girón, y por la división ligera, con los españoles de Longa y la 4.ª división en reserva -20.000 hombres en total-, hacía frente a Clausel; en el bajo Bidasoa, los españoles de Freire, las l.ª y 5.ª divisiones angloportuguesas y las brigadas independientes de Aylmer y Wilson para atacar a Reille. Wellington lo preparó todo para operar por sorpresa. Las tropas se movieron a cubierto de las vistas del enemigo durante la noche del 6 a 7 de octubre, dejando puestas las tiendas de sus campamentos. Además, contrabandistas del país habían informado a Wellington de la existencia de tres vados en el estuario mismo del río, todos practicables en la bajamar y desconocidos de los franceses, que se creían completamente seguros por aquella parte. En la mañana del 7, mientras las reservas francesas estaban situadas aún lejos a retaguardia y muchos hombres de la única división colocada en primera línea estaban trabajando todavía en las fortificaciones, la 5.ª división británica y la brigada Aylmer vadearon el estuario y marcharon en dirección al campo fortificado llamado de los Sansculottes. Tan pronto llegaron a la otra orilla abrió el fuego la artillería de San Marcial y otras cinco columnas se aprestaron a vadear el río. Todos estaban ya formados en la orilla derecha antes de que los franceses pudieran ofrecer resistencia; la sorpresa tuvo efectivamente un éxito completo; los batallones franceses fueron derrotados a medida que iban llegando aislados y desordenados, y toda la línea, incluida la posición clave de la colina de la Croix des Bouquets, estaba tomada antes de que pudieran llegar las reservas. El campo de Biriatu y Bildox, que unía a Reille con Clausel, fue rodeado por Freire al tomar la colina de Mandale e inmediatamente abandonado. Las tropas de Reille se retiraron en desorden hasta que en Urogne las detuvo Soult, que llegaba apresuradamente de Espelette con la reserva. Todavía estaba allí cuando se le informó de un ataque a Urdax; pero ni por un momento dudó acerca de la verdadera dirección del ataque principal, y así marchó hacia el bajo Bidasoa, aunque llegó a él demasiado tarde para restablecer la situación. El centro inglés había atacado mientras tanto a Clausel, forzando sus posiciones en ataques frontales y de flanco. Hacia la tarde Clausel estaba reducido a la cima de la colina la Grande Rhune, que abandonó al día siguiente. Las perdidas francesas fueron de unos 1.400 y las aliadas de unos 1.600 muertos y heridos. La sorpresa se realizó tan perfectamente que la defensa de las posiciones francesas tuvo que hacerse exclusivamente con 10.000 hombres, los cuales, atacados enérgicamente por los 33.000 aliados, tuvieron que retirarse ante éstos antes de que pudiera llegarles refuerzo alguno.
[New American Cyclopedia, vol. 3, 1858]
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