LA SOBERBIA, por Baruch de Spinoza

 “En la antigua Grecia se conocía como hibris o hybris a la desmesura, al desprecio por el espacio de los demás unido a un descontrol visceral, que lleva a actitudes impulsivas, irracionales, desequilibradas, en las que la furia y el orgullo van de la mano.

Hay varios ejemplos en poemas épicos que muestran esta desmesura. Un ejemplo es el de Agamenón, rey de Argos, que preparó un ataque y sitio a Troya, que duró diez años y finalmente saqueó e incendió la ciudad. En La Iliada, Agamenón dice, “La paz es para la mujer y para el débil. Los imperios se forjan con la guerra”, y “¡Quemen Troya!”. En la mitología griega se muestran muchos casos de castigo por los dioses debido a la hibris. Consideraban que habían cruzado un límite y debían ser puestos de nuevo en su lugar.

En la actualidad se conoce como síndrome de hibris a la desmesura o enfermedad del poder, sobre todo de los políticos. Se observa todo lo que uno puede tener cuando alcanza, o creer haber alcanzado, el poder: narcisismo, imagina que lo que piensa es correcto y lo que opinan los demás no, cree que todos los que lo critican son enemigos, etc; estas actitudes pueden llevar a quien las padece a tomar decisiones erróneas porque la persona pierde la perspectiva de la realidad total y ve sólo lo que quiere ver.

La descripción nos hace pensar rápidamente en muchos hombres y mujeres en el poder, más allá de su posición política. Esto  es más grave aún cuando su entorno no lo ayuda a ver lo que realmente está sucediendo y no lo ayuda a ponerse en el lugar de los demás”.

El síndrome de Hibris, o la enfermedad del poder.

Nomaspalidas.com

Ver Hibris en Wikipedia

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LA SOBERBIA, por Baruch de Spinoza

La soberbia es una alegría que brota de que el hombre se estima en más de lo justo, opinión que el hombre soberbio se esforzará cuanto pueda en mantener; y, de esta suerte, los soberbios amarán la presencia de los parásitos o aduladores, y huirán de la presencia de los generosos, que los estiman en lo justo.

La araña sonriente – Odilon Redon «La naturaleza de los hombres soberbios y viles es mostrarse insolentes en la prosperidad y abyectos y humildes en la adversidad». (Nicolás Maquiavelo)

EL SOBERBIO, EN MANOS DE LOS ADULADORES, DE TONTO SE CONVIERTE EN LOCO

Sería demasiado largo enumerar aquí todos los males que la soberbia acarrea, ya que los soberbios están sujetos a todos los afectos (y, por cierto, a los del amor y la misericordia menos que a ninguno). Pero no debemos silenciar que también se llama soberbio a quien estima a los demás en menos de lo justo, y, en este sentido, la soberbia se definirá como una alegría nacida de la falsa opinión por la que un hombre se juzga superior a los demás. Y la abyección contraria a este género de soberbia se definiría como una tristeza nacida de la falsa opinión por la que un hombre se cree inferior a los demás.

Esto sentado, concebimos fácilmente que el soberbio sea necesariamente envidioso, y que experimente un odio mayor hacia quienes más son alabados a causa de sus virtudes; su odio hacia ellos no puede ser fácilmente vencido con el amor, ni haciéndole un beneficio, y sólo se deleita con la presencia de los que siguen la corriente a su impotente ánimo, y de tonto lo convierten en loco.

Fragmento del tríptico “El jardín de las delicias”, de El Bosco. Aunque en la obra completa se representan también el cielo y el mundo terrenal, el infierno que Hieronymus Bosch dibuja, presenta un sufrimiento no sólo físico, sino especialmente moral y anímico. En el fragmento vemos a un personaje con cabeza de ave rapaz sentado en una especie de retrete, con una olla en la cabeza, que representa a Satanás devorando a los condenados y defecándolos en un pozo negro en el que otros personajes vomitan inmundicias o excrementan oro, en alusión a la avaricia. Bajo el manto de Satanás una mujer desnuda es forzada a mirarse en un espejo convexo colocado en las nalgas de un demonio, aludiendo al pecado de la soberbia.

EL ABYECTO, FALSO MODESTO, ESTÁ MUY PRÓXIMO AL SOBERBIO

Aunque la abyección sea contraria a la soberbia, el abyecto está, con todo, muy próximo al soberbio. Pues dado que su tristeza brota de que juzga su impotencia según la potencia o virtud de los demás, esa tristeza se aliviará, es decir, él se alegrará, si ocupa su imaginación en considerar los vicios ajenos, de donde ha nacido el proverbio: “Mal de muchos, consuelo de tontos”; por el contrario, se entristecerá tanto más cuanto más inferior a los otros crea ser, de donde resulta que nadie es más propenso a la envidia que los abyectos y que nadie como ellos para observar las acciones de los hombres con vistas a su crítica, y no a su corrección; de ahí, en fin, que sólo les parezca bien la abyección misma, y, en realidad, se glorían en ella, aunque de tal manera que parezcan despreciarse a sí mismos. Todo ello se sigue de este afecto tan necesariamente como de la naturaleza del triángulo se sigue que sus tres ángulos valen dos rectos.

He dicho ya que a estos afectos, y a otros similares, los llamo “malos” sólo en cuanto me fijo en la utilidad humana; ahora bien, las leyes de la naturaleza conciernen al orden común de ella, una de cuyas partes es el hombre, y advierto esto aquí de pasada, para que nadie crea que me limito a contar los vicios y acciones absurdas de los hombres, cuando lo que quiero es demostrar la naturaleza y propiedades de las cosas.

Pues considero los afectos humanos y sus propiedades del mismo modo que las demás cosas naturales. Y, ciertamente, los afectos humanos no revelan menos la potencia y capacidad creadora de la naturaleza (ya que no las del hombre) de lo que las revelan otras muchas cosas que admiramos, y en cuya consideración nos deleitamos.

El Grito

“Me apoyé en una valla muerto de cansancio

sangre y lenguas de fuego acechaban sobre el azul oscuro del fiordo y de la ciudad

mis amigos continuaron y yo me quedé quieto, temblando de ansiedad,

sentí un grito infinito que atravesaba la naturaleza”

(Edvard Munch).

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BARUCH DE SPINOZA, Ética, parte cuarta, proposición LVII. Traducción de Vidal Peña. Editora Nacional, 1980. Filosofía Digital 2006.